VIER DAULTE ESTRENO ESPEJOS CIRCULARES, EN LA PLAZA
“Siempre pienso en multiplicar sentidos, nunca en cerrarlos”
La obra de la norteamericana Annie Baker, según el director, “trata acerca de gente que se enamora de una actividad”, las clases de teatro. El elenco elegido para la puesta está integrado por Soledad Silveyra, Jorge Suárez, Andrea Pietra, Boy Olmi y Viki Almeida.
Por Cecilia Hopkins
Quienes se inscriben en talleres de escritura, cocina, canto o teatro, ¿buscan convertirse en escritores, cocineros, cantantes o actores? ¿O, en realidad, buscan descubrir y comprender mejor su identidad? Según el director Javier Daulte, estos interrogantes vertebran las acciones y derivaciones de Espejos circulares, la obra de la norteamericana Annie Baker que acaba de subir a escena bajo su dirección en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza. El elenco está integrado por Soledad Silveyra, Jorge Suárez, Andrea Pietra, Boy Olmi y Viki Almeida. Surgida en el off neoyorquino, la obra se centra en la historia de un grupo de teatro para aficionados: “¿Hasta dónde nos atrevemos a exponernos? ¿Hasta a hacer el ridículo?”, se pregunta Daulte. “¿Somos capaces de revelar nuestros más íntimos secretos ante los demás? ¿A qué precio?”
Apenas terminó de leer la pieza, el director pensó que estaba frente a una joya, según cuenta en la entrevista con Página/12: “Con toda sencillez, esta obra trata acerca de gente que se enamora de una actividad, que tiene confianza en sí misma y que percibe al otro en la tarea conjunta”, define. Aunque Espejos... sigue de cerca las clases de teatro que imparte Susi (Silveyra), a las que asisten su marido (Suárez), un carpintero (Olmi), una mujer recién separada (Pietra) y una adolescente (Almeida), la obra no alienta lecturas metateatrales: “No hay teatro en el teatro y es lo menos pretencioso que uno pueda imaginar”, asegura Daulte. La autora misma, según declaró poco después del estreno (ver aparte), se resistía a escribir sobre temas relacionados con lo teatral. Sin embargo, una vez que comenzó a hacerlo, no pudo dejar de describir escenas derivadas de juegos de dramatización: “Me di cuenta de lo fascinada que estoy por el rol terapéutico de las artes, así que esta obra trata en realidad sobre varias semanas de terapia de grupo de cinco personas que estarían demasiado avergonzadas como para inscribirse en un grupo de terapia”.
–¿La obra muestra las clases de teatro o solamente se hace referencia a ellas?
–Hay escenas que muestran ejercicios elementales, de esos que se hacen en todos los talleres de iniciación. Y se ve la dinámica que van tomando esos trabajos. Ejercicios sencillos que adquieren, cuando pueden ser realizados por todos, un valor conmovedor.
–¿Algo así como la satisfacción de la tarea cumplida?
–Espejos... habla de la fe, aunque no en términos religiosos, sino en el sentido de apuesta a algo importante, a algo que se hace por convicción. Me parece que allí está la clave de todo en la vida: no importa si esas clases se dan en un pueblo para unas pocas personas o en el Actor’s Studio. Se trata de la importancia de desarrollar una tarea en la cual está en juego la búsqueda de la plenitud. Y el pasarlo lo mejor posible. Total, la vida ya se encarga de plantearnos problemas y pérdidas.
–¿La obra habla de la vocación?
–Sí. Es imposible que desaparezca la vocación. Siempre está en uno. Y hace mucho daño no acatar esa voz. Nos enseñan que s no nos ganamos la vida con algo es inútil continuar con eso. Y creo que hay cosas importantísimas en la vida que tienen que ver con la inutilidad.
–¿Qué piensa de la obra desde el punto de vista de su escritura?
–Espejos... es de una gran inteligencia y sencillez. Y es novedosa en lo dramatúrgico. Triunfó en el circuito off y demuestra que lo novedoso no tiene necesariamente que ser raro. A partir de 30 escenas brevísimas llega, por acumulación, a un lugar de gran profundidad. Y no es nada pretenciosa. Tanto es así que uno no sospecha que va a llegar a un lugar tan profundo y honesto.
–¿Es una obra para gente que ha hecho una experiencia en el teatro?
–La gente que hizo o hace teatro sentirá nostalgia por aquellas primeras clases que tuvo. Y la que nunca hizo teatro se va a anotar en un curso después de la obra (risas). Porque Espejos... tiene que ver con el encerrarse y dedicarse a una disciplina gratuita como lo es el arte, ya sea tango, cerámica o pintura.
–Un espacio terapéutico...
–Claro, es un espacio propio, descontaminado del afuera y de todas las obligaciones que nos ponen en el lugar de lo productivo. Se supone que hay otras disciplinas a las que hay que abocarse, como el estudio del inglés o la computación, que están primero porque están relacionadas con lo laboral y lo productivo. El estudio de una disciplina artística no lleva necesariamente al que lo practica a convertirse en un profesional.
–¿Qué pasa con los vínculos en la obra?
–En disciplinas como el teatro la tarea evoluciona a la par que evolucionan los vínculos entre los miembros de un grupo que arranca sin conocerse. Se produce una especie de familia artificial que queda en el recuerdo de todos los que compartieron la experiencia.
–¿Esto pasa también en los cursos para profesionales?
–En los cursos para profesionales no está en duda lo vocacional. En cambio, en las clases para principiantes hay que trabajar los vínculos y detectar la vocación de la gente. Después surgen otros problemas. Porque hay gente que no puede tolerar la competencia que se genera en una profesión como la de actor.
–¿Por qué la obra lleva ese título?
–Se refiere a uno de los ejercicios, cuando unos hacen de otros. También habla de la transformación: el teatro es el espejo de otro y en la obra misma se están “espejando” situaciones. Por otra parte, tiene que ver con la idea de actuación: los actores narran el juego que propone la obra para que el espectador pueda apropiarse de él. Siempre pienso en multiplicar sentidos, nunca en cerrarlos.
–¿Qué cuestiones pesan en la repercusión de una obra?
–Ya sabemos que la fórmula no existe. El público es más azaroso que el pronóstico del tiempo. Y es quien termina de cerrar un espectáculo.
–¿A quién se le suelen achacar los desaciertos? ¿Al autor, al director, al productor o al elenco?
–A mí me parece que los aciertos y desaciertos no es bueno atribuirlos ni a la genialidad ni a la incapacidad de nadie.
–¿Es decisivo tener la experiencia?
–A veces no, porque ningún trabajo garantiza que lo siguiente que uno haga va a estar bien. Al menos yo, después de hacer Un Dios salvaje o Proyecto vestuarios, me doy cuenta de que nada de lo que allí puse en juego me hubiese servido en esta puesta. Pero, desde ya, lo importante es formar un buen equipo. El cortocircuito entre las partes que componen un proyecto genera equívocos. La coherencia es fundamental.
–¿En lo comunicacional?
–Por ejemplo. No es lo mismo el texto que va en el afiche de una obra que el texto del programa, porque en el primer caso hay que acercarse a la gente, en el otro, hay que hablarle al que ya está sentado en el teatro. Otro aspecto en el que uno no debería equivocarse es la adecuación al espacio: hay obras que deben ser puestas para 50 espectadores y otras que piden una sala con 400 para cobrar sentido.
–¿Es por eso que usted no tiene contradicciones en hacer obras tanto en salas del off como en salas comerciales?
–Yo perdí el prejuicio a la calle Corrientes. Por suerte. La primera obra que puse fue Nunca estuviste tan adorable (pasó del Teatro Sarmiento al Broadway) y más tarde, la que surgió directamente ahí fue Baraka. Uno empieza a conocer las salas cuando trabaja en ellas y descubre en cada caso qué relación se entabla entre los actores y el público.
El año pasado, en tanto estrenaba Proyecto vestuarios, de su autoría, en el Espacio Callejón y Un Dios salvaje, de Yasmina Resa, en La Plaza, Daulte guionaba la miniserie Para vestir santos (Canal 13) y realizaba puestas en Barcelona y México. En cambio, este año decidió dedicarlo al teatro local: no bien estrene Espejos... comenzará a ensayar con Joaquín Furriel y Rodrigo de la Serna Una lluvia constante, obra del norteamericano Keih Huff, que subirá a escena en junio en la sala Neruda del Complejo La Plaza. Para octubre espera estrenar 4D Optico –obra de su autoría que solamente fue puesta en Barcelona– en el Teatro Cervantes. Según compara Daulte, la obra de Huff, en relación con Espejos..., utiliza constantemente elementos narrativos. Así, dos policías en Chicago, amigos de la infancia, deben explicar a la platea cuál es su situación en relación con un drama que estalla en primerísimo plano, que los involucra a ambos: “La obra plantea una relación viva y activa con el público”, detalla Daulte. “Estos personajes, que necesitan ser redimidos, cuentan con la empatía de la gente a lo largo de su relato.” La obra, según adelanta el director, no solamente apela a situaciones dramáticas, sino que también tiene muchos elementos cómicos. Daulte sabía qué clase de actores necesitaba. No obstante, opina que “armar un elenco es muy complejo, porque un actor es el adecuado para un papel si es que hay otros actores –y no otros– que se hacen cargo de los demás roles”.
–¿Elige usted los actores con los que quiere trabajar?
–Depende del proyecto. Por lo general, tiendo a llamar a actores con los que ya trabajé. Otras veces, las decisiones se conversan y es necesario cotejar más de una vez las opiniones del equipo. Pero también es bueno dejar que la subjetividad de uno descanse un poco...
–¿Qué aspectos son decisivos?
–Lo primero es evaluar el talento. Pero es igualmente importante crear un grupo sano, que garantice un clima de trabajo agradable. Un elenco debe estar compuesto por gente con la que uno querría irse de vacaciones.
–¿Cómo es 4D Optico?
–Esta obra fue estrenada en Barcelona en 2003 con un elenco catalán. Es para ocho actores y un espacio pequeño. Se trata de un juego endemoniado: en un laboratorio donde se investigan fenómenos físicos se produce un accidente, generándose un agujero en la realidad. Lo que está en peligro es, precisamente, la realidad misma. Todo se soluciona sin que nadie se entere.
–¿Cómo es eso?
–Sí, porque la obra alude al trabajo y los logros de gente anónima que brega por el bienestar de los demás sin recibir ningún reconocimiento por su tarea. Es una obra muy divertida que quiero mucho.
–¿No dirigirá en España este año?
–Creo que terminó el período de los viajes: ciertos objetivos respecto de Barcelona ya se cumplieron, lo mismo que los compromisos que tenía con el teatro catalán. Si bien voy a hacer en 2014 una ópera sobre Frankenstein con Alex Ollé (uno de los directores artísticos de La Fura dels Baus), me doy cuenta de que tengo ganas de estar acá.
–¿Y qué es lo que le gusta de estar acá?
–Cuando tenía 14 años decidí estudiar teatro afuera. Italia, Francia, Estados Unidos me parecían los mejores lugares. Hoy pienso que si uno es hispanoparlante no hay mejor lugar que Buenos Aires para estudiar teatro. Acá se puede escribir una obra, actuarla y dirigirla, algo que en otras partes es muy difícil de hacer. Es cierto que antes eso no era así: hasta que no lo aprobaran los mayores uno no estaba autorizado a dirigir. Kogan o Fernández neutralizaban todo. Desde los ’90 ya nadie quiere esperar a que los popes desaparezcan. Se generan obras entre pares y se tiene en cuenta que el espectador es la gran estrella del teatro. Lo demás son modas.