Para acondicionar socialmente a la persona se la ha de enseñar a imitar o representar ciertas formas de conducta socialmente aceptadas, el mismo criterio que se emplea para juzgar la conducta de la gente en la vida social es análogo al que empleamos al juzgar e1 arte interpretativo que despliegan en escena el actor de una comedia, el cantante de ópera o el intérprete de un instrumento musical.
El secreto de la persona reside, pues, en dos cosas: en aprender a representar los papeles de forma que se vuelvan vida propia del sujeto, y que haya buena comunicación y cooperación entre ellos.
Dado que el hombre ha de aprender a representar muchos papeles y a hacer muchas cosas, es menester que se habilite para acertar en esas actuaciones y operaciones. Y dado que ha de habilitarse, debe sufrir procesos de con que sirvan de modelo para la consecución de las diferentes habilidades.
Por eso puede decirse que el individuo se compone de numerosos microindividuos y su conciencia de numerosas microconciencias. Este carácter plural de la persona, el hecho evidente de que cada uno está habitado por muchos / por tantos como son aquellos de los que hemos aprendido algo o con los que nos identificamos de alguna forma, explica que sean tanto más difíciles los procesos de integración y vertebración personal cuanta mayor es la complejidad de la persona.
Y explica que los individuos nos desconcierten a menudo con lo inesperado de sus reacciones. Eso sólo de muestra que no los conocemos bien, o sea que no conocemos algunas de sus composiciones personales, lo cual no debe extrañar, pues a menudo no nos conocemos mejor a nosotros mismos.
Cuando en un famoso libro de espiritualidad se dice: «Nuestro trabajo de cada día debe ser hacer nos más fuertes que nosotros mismos» se reconoce sin rodeos que, con una ejercitación adecuada, uno puede conseguir que el yo de mañana sea más que el de ayer.