Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
“Puedes descubrir más de una persona en una hora de juego que en 1 año de conversación” Platón.
Vivimos en un mundo donde la atención es un recurso escasísimo frente la enorme cantidad de estímulos que recibimos cada minuto. Imaginen que se encuentran asistiendo a una reunión o a un curso cualquiera. ¿Cuánto tiempo transcurre hasta que se desconectan y se ponen a pensar en otra cosa? ¿Cuánto aguantan enchufados a lo que el expositor está explicando? Si lo analizan con detenimiento, se darán cuenta de que en escasos minutos, a menos que el ponente sea realmente extraordinario o el tema les apasione de verdad, la mente comienza a vagar y sus auténticos objetivos aparecen y toman el control: "Tengo que responder el mail a X, debo preparar la reunión de la tarde, mañana es el cumpleaños de mi hijo y todavía no he comprado el regalo, no he llamado a X para reservar cancha para el partido de tenis del domingo...". La vida, sobre todo en las ciudades grandes, no sólo es vertiginosa sino que sufre interferencias continuas; basta con que se fijen en las discusiones que se generan en una reunión donde no sólo la mayoría consulta continuamente sus blackberrys para revisar sus mails, sino resulta imposible que alguien pueda dedicar 2 minutos a exponer sus argumentos sin ser permanentemente interrumpido por otros participantes más preocupados de emitir su opinión que de escuchar y tener en cuenta al que habla. Estos 2 ejemplos ratifican esta realidad:
1. La mayoría de la gente acude al gimnasio con su celular...
2. Existe un programa en la Televisión española llamado 59 Segundos donde los integrantes del panel de periodistas que debaten disponen de 59 segundos para exponer su punto de vista antes de que el micrófono deje de funcionar.
Resulta casi imposible concentrarse con calma en una sola tarea, tener tiempo y tranquilidad para reflexionar. Menos mal que una de las pocas instancias en que esto todavía resulta factible es cuando jugamos.
La vida no es sueño, como decía Calderón de la Barca. La vida es juego. Desde que nacemos hasta que entramos al colegio, el juego se convierte en nuestra principal y casi única estrategia de aprendizaje, en la manera a través de la que vamos adquiriendo habilidades y competencias de alta complejidad y que serán esenciales a lo largo de toda nuestra vida como andar, hablar o leer. El shock nos sobreviene cuando llegamos por primera vez al colegio donde debíamos pasar interminables horas sentados en una silla mirando alternativamente a un profesor y a una pizarra, repitiendo en los exámenes lo que nos dijeron y viéndonos obligados a olvidarnos por completo de jugar mientras duraba la clase. Todos reconocíamos que resultaba imposible aguantarse las ganas de que llegase el recreo para salir a jugar con nuestros amigos. La contradicción vital proviene de un mundo que busca personas activas para innovar y emprender (o lo que es lo mismo, personas capaces de hacerse muchas y buenas preguntas) mientras que la educación rema en dirección opuesta y fomenta la pasividad y la obediencia. Ya como adultos, el juego sigue formando parte importantísima de muchas de las cosas que nos apasionan, como el deporte, e incluso puede desembocar en una peligrosa adicción (ludopatía).
Cualquiera que haya practicado algún deporte de manera medianamente rigurosa sabe que jugando se aprenden gran cantidad de habilidades que son imprescindibles en el ámbito laboral y personal pero que la educación formal deja sistemáticamente de lado. Tomemos como ejemplo el básquet:
Jugando al baloncesto es imposible no aprender a trabajar en equipo, a comunicarse, a tomar decisiones, a liderar, a resolver problemas, a improvisar, a superar la frustración (de una derrota o de una lesión), a respetar las reglas.... ¿En qué colegio o universidad se pueden aprender esas habilidades tan preciadas? Lo que ocurre es que todas estas habilidades no se pueden enseñar de forma directa, sino que se pueden aprender, que es muy diferente. Si una empresa quiere que sus miembros rindan al máximo, necesita entrenarlos continuamente igual que hace cada día un club de básquet con sus jugadores (que a fin de cuentas son sus vendedores). Siempre podría pensarse: ¿Para qué entrenan cada día si ya saben jugar? Obviamente para mejorar. Lo cierto es que cuando juegas a básquet, no lo haces porque quieras aprender a trabajar en equipo, sino por el placer que te produce el juego, la victoria, etc.; sin embargo para un responsable de entrenamiento se trata de un excelente medio a emplear si el objetivo es que aprendan esas competencias tan intangibles y críticas.
Para una empresa, lo que menos importa es desarrollar las habilidades propias del juego (quién encesta más, quién obtiene más rebotes o mejor porcentaje de tiros) sino las indirectas e invisibles para los participantes pero que son las que nos interesan. Por esa razón, el aprendizaje, el conocimiento y la innovación son siempre medios para lograr fines que le importan a una organización. Hay varios ex deportistas profesionales muy reconocidos en el ámbito del management y las habilidades directivas, no por sus logros como deportistas (como atletas o futbolistas) sino por las habilidades complementarias que desarrollaron. Existe un aspecto que sistemáticamente se olvida y que refleja muy bien la potencia del juego: Cuando estás jugando es cuando tú inconsciente, tu parte menos racional, aflora con fuerza y toma las riendas de tus acciones y es cuando te muestras como realmente eres. Es cuando despliegas todas tus habilidades en pos de alcanzar objetivos que te interesan de verdad y aprender se convierte en una herramienta muy útil para lograrlo.
El juego reúne algunas de las características más importantes para aprender:
Lo primero y principal es que apela a la motivación de las personas, y jamás debemos olvidar que sin querer aprender no hay gran cosa que se pueda hacer. Para querer aprender tienes que encontrar cosas que necesitas aprender y sin embargo no sabes, y eso ocurre solo cuando encuentras inadecuadas tus viejas ideas, tus creencias y tus conocimientos.
Lo segundo es que aprendes haciendo; nadie puede jugar por ti sino que es una experiencia personal e intransferible. A mucha gente le gusta por ejemplo jugar al fútbol pero no disfruta de la misma forma viendo un partido por televisión. No hay nada que se pueda comparar a la sensación de experimentar las cosas en primera persona.
Y lo tercero es que el error es parte consustancial del juego, y saber convivir y aprender de él resulta crítico. Sabemos que el error es el elemento más importante del aprendizaje siempre que seamos capaces de aprender de él para que no vuelva a ocurrir. Durante el juego, no sólo el error es permanente sino que la improvisación es continua, lo que va a ocurrir es impredecible y resulta difícil anticipar como vamos a reaccionar por tanto es necesario estar leyendo las señales del entorno para tomar las decisiones adecuadas.
Por si fuese poco, el juego es genuinamente innovador, es lúdico, promueve la creatividad, la comunicación espontánea y la explicitación de conocimiento tácito, es una dinámica generalmente positiva, eminentemente colaborativo y genera compromiso ya que todos participan, entrega amplios espacios de libertad, es democrático (nadie tiene privilegios sobre los demás) y lo mejor de todo, jugando podemos simular y anticipar la realidad antes de que ocurra.
"Dad al alumno algo que HACER y no algo que aprender, ya que el hacer tiene tal potencia que exige pensar y reflexionar" John Dewey, Thinking in Education, 1916.
"Tienes 5 minutos para construir un puente que sea suficientemente alto y ancho para que pase una mano, robusto como para soportar el peso de un objeto y estable para que no se caiga al empujarlo suavemente". Así comenzó el primer taller de LEGO© al que asistí tiempo atrás. Lo que ocurrió durante ese breve lapso de tiempo fue un fenómeno verdaderamente impactante. De repente, el hecho de tener un objetivo que cumplir provocó una revolución imparable porque exigía pasar a la acción y abandonar el cómodo rol de alumno que escucha y toma apuntes. Basta que el desafío que te plantean sea creíble, el objetivo a alcanzar te interese, sea abordable y pertinente para que hagas materialmente lo que sea necesario para conseguirlo. Nunca falla. El primer impacto drástico es que ese desafío te obliga a pensar profundamente, a hacer un esfuerzo descomunal de reflexión que no es para nada habitual en la mayoría de sesiones de formación. Como sucede con los coches, se produce una brutal aceleración de 0 a 100 en 2 segundos. ¿Qué puente hago? ¿Qué piezas tengo? ¿Por dónde empiezo? ¿Qué piezas encajan? Las preguntas se suceden como un torbellino incontrolable. El segundo impacto radica en construir, en materializar con las manos las posibles ideas teniendo en cuenta que en la mayor parte de los casos, son las manos las que trabajan autónomamente sin un plan preconcebido. Resulta muy complicado planificar y sin embargo resulta bastante natural dejarse guiar por lo que las manos van haciendo a su libre albedrío. Se trata de un ejemplo más de que el conocimiento es un intangible que radica no sólo en la cabeza sino también en las manos, en los pies, etc.. El tercer impacto, ya definitivo, consiste en verbalizar, en contar una historia que explique lo construido y trate de justificar porqué se ha hecho lo que se ha hecho de esa manera y no de otra, y qué posibles significados puede tener la obra de arte resultante.
En este taller se cumplían los 3 criterios esenciales para aprender: 1. Hacer (pensar y construir) 2. Cometer errores y 3. Contar historias (explicar lo que has hecho que es la mejor manera de aprender). Por si fuese poco, resultaba imposible no participar, no aprender, ya que todos teníamos que construir. Hoy en día, en los talleres Lego que impartimos para desarrollar determinadas habilidades directivas, no es importante quien es el que mejor construye sino que las piezas de Lego son solo un mero instrumento.
Haced la siguiente prueba: Dadle un problema que resolver a un ingeniero, un caso interesante a un abogado o un paciente complicado a un medico y veréis lo que ocurre: Inmediatamente se ponen en acción para superar el obstáculo y muchas veces no pueden parar hasta conseguirlo. El impulso de aprender es tan potente como el impulso sexual, es decir, se puede lograr que la gente quiera aprender, se les puede seducir. En un programa tradicional de formación, no estás acostumbrado a hacer grandes esfuerzos, no hace falta pensar demasiado. En el taller de repente nos vimos involucrados en desafíos que se nos planteaban y que estaban directamente relacionados con cada uno de nosotros. La reflexión profunda lleva al aprendizaje profundo. El segundo desafío que me plantearon fue construir a mi peor cliente en 10 minutos. Imaginaos la intensidad el proceso.
Hacer es divertido, por eso cuando juegas generalmente disfrutas pero hay un efecto secundario: Te pruebas a ti mismo que eres capaz (vences la duda de ¿Podré?) y logras pasar de la teoría a la práctica, a comprobarlo y demostrarte a ti mismo tu capacidad. En términos de aprendizaje, no importa mucho lo que pasa en el aula o en el curso, sino que importa lo qué aplicas después y los resultados que obtienes. No aprendes algo hasta que lo haces, hasta que lo aplicas y eso no ocurre ni en el aula ni en la pantalla sino en la cabeza y sobre todo si eres capaz de recordarlo meses y años después.
Dado que en las empresas, muchas de las tareas que se acometen son repetitivas y se realizan millones de veces, existen grandes oportunidades para sacar partido del conocimiento, eliminar errores y mejorar muchas ineficiencias, descoordinaciones y redundancias. Es decir, hay unanimidad en que Aprender mejor y más rápido que los demás se convierte en la principal ventaja competitiva. Si reconocemos que Aprender es una habilidad clave y el juego es una metodología inigualable para lograr el aprendizaje, ¿A qué estamos esperando para innovar e incorporar el juego como una de las metodologías fundamentales? ¿No será que debiésemos tomarnos el trabajo como un juego, con sus reglas, con sus resultados, con sus vencedores y vencidos?
Ahora bien, para no llevarnos a engaño, 2 alertas finales:
1. Que algo sea entretenido no quiere decir que ocurra aprendizaje, pero al mismo tiempo, si no es divertido, resulta difícil aprender.
2. Si el juego no se parece a lo que harás posteriormente en la vida real, es posible que te diviertas mucho pero no habrá transferencia y por tanto no servirá de gran cosa.
Que gane el mejor.