Wednesday, June 08, 2011

Empecemos por la clave número uno de la salud vital: el poder de la respiración.

La energía: el combustible 

Uno de los medios para influir sobre la fisiología consiste en cambiar la manera de utilizar el sistema muscular: se puede modificar la postura las expresiones faciales, la respiración.

Por mucho que cambie usted sus representaciones internas, si tiene la bioquímica estropeada o alterada, el cerebro recibirá representaciones distorsionadas.

Empecemos por la clave número uno de la salud vital: el poder de la respiración.

El fundamento de la salud es la buena circulación de la sangre, ya que éste es el sistema que transporta el oxígeno y los nutrientes a todas las células de su cuerpo.

El que goza de una buena circulación tiene asegurada una vida larga y saludable.

Estamos hablando de un medio que es el torrente sanguíneo. ¿Cuál es el órgano de mando que controla ese sistema? La respiración. Con ella oxigenamos el organismo y estimulamos los procesos eléctricos de todas y cada una de las células.
Ahora ya sabe por qué algunos sistemas como el yoga conceden tanto valor a una respiración correcta. No hay nada mejor para depurar el organismo.


Permítame participarle la manera más eficaz de respirar para limpiar su sistema. Hay que mantener el ritmo siguiente: inspirar durante la cuenta de uno, retener durante la cuenta de cuatro, espirar durante la cuenta de dos. Es decir, si se toma aire durante cuatro segundos, se ha de contener el aliento durante dieciséis y exhalar el aire durante ocho. ¿Por qué la espiración debe durar el doble que la inspiración? Porque es la fase durante la cual se eliminan las toxinas por vía del sistema linfático. ¿Por qué contener la respiración durante cuatro períodos? Para oxigenar plenamente la sangre y activar el sistema linfático. Al respirar hay que empezar por la parte baja, en el abdomen, como una aspiradora que extraiga todas las toxinas de la circulación.

Tómese tiempo tres veces todos los días para realizar cada vez diez respiraciones profundas a la cadencia descrita en las líneas anteriores. ¿Repetimos esa cadencia? Un tiempo de inspiración, cuatro tiempos de retención, dos tiempos de espiración. Por ejemplo, inspire hondo, con el abdomen, a través de la nariz y contando hasta siete (la cifra puede ser más grande o más pequeña, según su capacidad). Retenga el aliento durante un período cuatro veces más largo, o sea hasta llegar a la cuenta de veintiocho. Espire luego, poco a poco y por la boca, hasta contar dos veces el tiempo de inspiración, es decir hasta catorce.

Practique esas diez respiraciones profundas tres veces al día y experimentará una mejora sensacional de su salud.

El otro elemento esencial para una respiración saludable es la práctica diaria de ejercicios aeróbicos. Es bueno correr, aunque un poco fatigante. Es excelente nadar. Sin embargo, uno de los mejores ejercicios aeróbicos que pueden practicarse en cualquier estación es la cama elástica, aparato no muy costoso y que apenas presenta peligro de sobreesfuerzo o estrés. Aeróbicos quiere decir, literalmente, ejercicios que consumen aire.


La segunda clave consiste en comer alimentos abundantes en agua. El 70 por ciento de la superficie de nuestro planeta está cubierta de agua. El 80 por ciento de nuestro organismo está constituido por agua. ¿Qué le parece que debería contener su dieta principalmente? Convendría controlar que su dieta esté formada por un 70 por ciento de alimentos ricos en agua. Es decir, fruta fresca o verduras, o jugos de lo uno o lo otro recién exprimidos.


Sólo hay tres clases de alimentos de esa clase en el mundo: la fruta, la verdura y las legumbres. A partir de hoy, tome una ensalada en todas las comidas. Que el postre conste exclusivamente de fruta, y prescinda de dulces y caramelos. Notará la diferencia cuando vea que su cuerpo funciona con más eficacia y usted se sienta tan estupendo como es en realidad.


La tercera clave para la salud vital es el principio de la combinación eficaz de los alimentos.

Los diferentes tipos de alimentos se digieren de diferentes maneras. Los alimentos ricos en almidón (el arroz, el pan, las patatas, etcétera) requieren un medio digestivo alcalino; el mismo se encuentra ya en la boca gracias a una diastasa llamada ptialina. Los alimentos proteínicos (la carne, la leche y sus derivados, los frutos secos, las semillas) necesitan para su digestión un medio ácido: pepsina y ácido clorhídrico.

Ahora bien, la química dice que dos medios contrarios (el ácido y el alcalino) no pueden subsistir al mismo tiempo, ya que se neutralizan entre sí. Si se ingiere una proteína junto con un almidón, la digestión resulta perjudicada o se paraliza por completo. Los alimentos sin digerir se convierten en terreno de cultivo para las bacterias, que producen su fermentación y descomposición, lo cual se manifiesta en forma de desórdenes digestivos y gases.

Pues bien, la combinación de alimentos se reduce a eso.

He aquí una manera muy sencilla de programarla: en cada comida, tome sólo un alimento concentrado. ¿Cuáles son los alimentos concentrados? Todos los que tienen escaso contenido en agua. La cecina, por ejemplo, es un concentrado, mientras que la sandía es abundante en agua. Algunos no quieren limitar sus hábitos de comer concentrados: a ésos les diré lo que deben hacer como mínimo, que es no tomar carbohidratos (almidones) y proteínas en la misma comida. No coma esa carne con patatas. Si le parece que no puede prescindir de ninguna de las dos cosas, tome lo uno durante el almuerzo y lo otro durante la cena. Eso no es tan difícil, ¿verdad? Uno puede entrar en el mejor restaurante del mundo y decir: «Tomaré el bistec sin patatas fritas, y póngame una ensalada variada y algo de verdura hervida». En esto no hay ningún problema: las proteínas pueden combinarse con la ensalada y la verdura, porque éstos son alimentos ricos en agua. También podría pedir las patatas con la verdura y la ensalada, pero sin el bistec. Nadie dirá que se queda con hambre después de una cena así.


Para muchas personas, la digestión consume más energías que casi todo lo demás. También conviene tener en cuenta que beber líquidos durante las comidas diluye los jugos digestivos y hace más lenta la digestión.

Pasemos a la clave número cuatro, que es la ley del consumo controlado. ¿Le gusta a usted comer? A mí también. ¿Quiere saber cómo podría comer más? Muy fácil: coma menos. De esta manera vivirá más años y comerá más en total.

Por tanto, el mensaje es claro y sencillo: coma menos y vivirá más. Pero asegúrese de que su pasatiempo no esté matándole. Si desea comer grandes cantidades de alimentos, puede hacerlo. Pero que sean alimentos ricos en agua. La fruta es el alimento más perfecto, el que consume menos energía durante la digestión y el que, a cambio, beneficia más al organismo. El único nutriente que consume el funcionamiento del cerebro es la glucosa. La fruta contiene principalmente fructosa (que se convierte fácilmente en glucosa) y un 90 a 95 por ciento de agua, por lo general, lo cual significa que limpia y alimenta al mismo tiempo. Objetivo primordial.

La fruta siempre debe comerse en ayunas. ¿Por qué? El motivo es que la fruta no se digiere primariamente en el estómago, sino en el intestino delgado. Conviene que pase por el estómago en cuestión de minutos, al efecto de librar sus azúcares cuanto antes en el intestino. Pero si el estómago contiene carne o féculas, la fruta queda atrapada allí y empieza a fermentar. Es lo que ocurre cuando uno toma fruta como postre después de una gran comida, que queda una sensación desagradable para todo el resto del día. Para tomarla correctamente, la fruta debe ingerirse siempre en ayunas.

¿Quiere saber cuál es la mejor adquisición que puede hacer?

¡Cómprese una licuadora! ¿Tiene usted coche? Venda el coche y cómprese una licuadora, que le llevará mucho más lejos. ¡Hágalo ahora mismo! El jugo se toma en ayunas, igual que la fruta misma, y se digiere con tanta rapidez que sólo quince o veinte minutos después ya se puede hacer una comida normal.

Cuando se levante y a lo largo del día, mientras pueda soportarlo cómodamente, no tome nada más que fruta fresca o jugos recién exprimidos. Observe esta limitación hasta mediodía como mínimo.

Cuanto más consiga resistir sin otro alimento en el cuerpo que la fruta, más horas tendrá el organismo para limpiarse. Cuando haya aprendido a prescindir del café y demás basuras con que suele intoxicar su organismo desde el principio de la jornada, notará un caudal nuevo de vitalidad y de energía, que actualmente no puede ni sospechar. Haga la prueba durante diez días, y ya lo verá.

La sexta clave para la salud vital es acabar con el mito de las proteínas.

1.         No deben combinarse nunca las proteínas con los carbohidratos.
2.         Una ensalada con abundante verde puede comerse con cualquier proteína, hidrato de carbono o grasa.
3.         Las grasas o lípidos inhiben la digestión de las proteínas. Si no quiere prescindir, consuma una ensalada mixta, que neutralizará el efecto inhibidor de la digestión.
4.         No tomar nunca líquidos durante las comidas o inmediatamente después.


¿Cuál es la mejor idea de ventas que pueda concebirse en el mundo? Creo que la de convencer a los usuarios de que su vida peligra si no usan nuestro producto.

Los adeptos del culturismo, que se atiborran de proteínas, no destacan precisamente por su fondo físico. Se fatigan en seguida.  En la carne, además, proliferan las bacterias de la putrefacción. Por si no supiera usted cuáles son esas bacterias, se trata de los gérmenes que habitan en el colon.

Mientras dura la vida del animal, los procesos osmóticos del colon evitan que las bacterias de la putrefacción invadan el organismo. Pero cuando el animal muere, el proceso osmótico cesa y las bacterias de la putrefacción atraviesan las paredes del colon invadiendo la carne, que así se pone en sazón.

Si realmente no puede prescindir de la carne, le aconsejo que tome las precauciones siguientes. En primer lugar, que el producto proceda de reses criadas en pastos naturales, no con piensos a los que se añaden hormonas para el crecimiento. En segundo lugar, que limite drásticamente el consumo. Redúzcalo a una sola vez al día.

¿Sabe en qué coincidieron Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Voltaire, Henry David Thoreau, George Ber-nard Shaw, Benjamin Franklin, Thomas Edison, el doctor Albert Schweitzer y Mahatma Gandhi? Todos ellos fueron vegetarianos. No es mal grupo de ejemplos para «modelar», ¿verdad?

¿La leche de vaca contiene, por ejemplo, poderosas hormonas de crecimiento, ya que el ternero, que pesa 40 kilos al nacer, ha de convertirse en un animal adulto que pesará 450 kilos sólo dos años después. En comparación, el humano recién nacido con 3 o 3,5 kilos no alcanza la madurez física y el peso definitivo —digamos entre 50 y 90 kilos— hasta veintiún años más tarde. Hay una gran controversia sobre los efectos de ese hábito en nuestra población.

Según Ellis, quien se preocupe por si asimila o no calcio suficiente debe tomar verdura en abundancia, manteca de sésamo o frutos secos, todo lo cual es muy abundante en calcio y lo presenta en una forma que facilita su incorporación. ¿Y en cuanto al queso? No es más que leche concentrada; recordemos que se necesitan entre ocho y diez litros de leche para fabricar un kilo de queso. Su contenido graso, por sí solo* sería un motivo suficiente para limitar el consumo. Si no puede prescindir del queso, limítese a echar un poco, cortado en dados, en una gran ensalada.

La abundancia de alimentos ricos en agua contrarrestará un poco el atascamiento debido al queso. A algunos, eso de prescindir del queso les parecerá terrible. Meta unos plátanos en el congelador y páselos luego por la batidora; obtendrá un postre de sabor y frescor totalmente idénticos a los del helado, pero más sano y nutritivo.

Trate de suprimir la leche y limitar su consumo de los demás lácteos durante treinta días, y juzgue por los resultados que observe en su organismo.

Ensaye los seis principios o claves de la salud vital. Ensáyelos durante los próximos veinte o treinta días, o durante toda la vida, y juzgue por sí mismo si producen niveles más altos de energía y una sensación de vitalidad que le ayudará en todo cuanto emprenda. No obstante, procede aquí una pequeña advertencia. Si comienza usted a respirar más eficazmente, de una manera que estimule sistema linfático, y si empieza a combinar correctamente los ingredientes de su alimentación y a ingerir alimentos con un 70 por ciento de agua, ¿qué puede ocurrir? ¿Recuerda lo que dice el doctor Bryce sobre el poder del agua? ¿Ha visto alguna vez un incendio en un edificio que tenga una sola salida de emergencia? Todo se precipita hacia la salida. Pasa lo mismo con nuestro organismo: usted empezará a eliminar las toxinas acumuladas durante años y su cuerpo lo hará con toda esa energía recién adquirida. Puede ocurrir que nuestra nariz empiece a segregar moco en exceso. ¿Significaría eso que hemos pillado un resfriado? En absoluto. El «constipado» lo hemos atrapado por comer. Nos hemos «constipado» por culpa de los largos años de hábitos alimenticios equivocados. En algunas personas, el súbito aumento de las toxinas eliminadas por los tejidos corporales puede causar un ligero dolor de cabeza. ¿Deben precipitarse a tomar aspirinas? ¡No! ¿Dónde queremos dejar las toxinas, dentro o fuera del organismo? ¿Dónde ha de quedar ese moco en exceso, en el pañuelo o en nuestros pulmones? Es el pequeño precio que hay que pagar por tantos años de malas costumbres alimenticias. En muchas personas, no obstante, tal reacción negativa no se producirá y aparecerá en seguida esa sensación de mayor vitalidad y bienestar.
Recuerde que la calidad de nuestra fisiología afecta a nuestras percepciones y a nuestra conducta. Todos los días vemos pruebas de cómo la dieta habitual, recargada de dulces, comidas rápidas y aditivos químicos, acumula toxinas «atrapadas» en el organismo; a su vez esos productos de desecho alteran los niveles de oxigenación y de energía eléctrica celular, lo que produce todo género de consecuencias negativas desde el cáncer hasta un aumento de la criminalidad. Como ejemplo horrible, veamos la dieta de un delincuente juvenil mul-tirreincidente, reproducida por Alexander Schauss en su obra Dieta, crimen y delincuencia.

Una sociedad que permite que sus jóvenes se alimenten de esta manera no puede dejar de pasar por serias dificultades. ¿Qué efectos puede producir semejante «alimentación» en la fisiología, y por tanto en el estado general y el comportamiento ?

Se advierte especialmente la necesidad de un nuevo planteamiento de las investigaciones acerca de las enfermedades mentales. En la actualidad posiblemente se dedica demasiado tiempo, esfuerzo y dinero a dragar las aguas estancadas de la mente, cuando quizá sería más provechoso tratar de descubrir y eliminar las causas biológicas concretas de las dolencias mentales.

¿Qué es un antojo? En primer lugar, se trata de algo que crea uno mismo, debido a la manera en que se representa a sí mismo las cosas. Por supuesto que la mayor parte de ese proceso puede ser inconsciente. Sin embargo, cuando uno entra en un estado en que desea intensamente un determinado tipo de comida, es porque ha creado una representación interna determinada.

El antojo de mi hermano (o su fetiche, si se quiere) eran los Kentucky Fried Chicken. Cuando pasaba por delante de un establecimiento de esta cadena, inmediatamente se le disparaba el recuerdo de la vez anterior. Imaginaba aquella sensación crujiente (submodalidades cenestésico-gustativas) en la boca, y recordaba el calor y la textura del bocado al paladearlo. Al cabo de pocos segundos de esa representación, adiós a la ensalada y bien venido el pollo frito.

Le pedí que se formase una representación interna de sí mismo mientras comía en un Kentucky Fried Chicken. En seguida empezó a segregar saliva. Luego hice que describiera con todo detalle las submodalidades visuales, auditivas, cenesté-sicas y gustativas de su representación interna. La imagen se presentaba arriba y a la derecha, a tamaño natural, en movimiento como una película bien enfocada y a todo color. Se oía a sí mismo diciendo: «Mmmm, ¡está bueno!», mientras comía y disfrutaba el sabor crujiente y el calorcillo. Luego hice que se representase la comida que más odiaba, que le causaba náuseas con sólo pensar en ella: las zanahorias. (Yo ya lo sabía, porque se ponía verde cada vez que me tomaba un jugo de zanahoria en su presencia.) Le pedí que describiera con todo detalle las submodalidades de la zanahoria. No quiso ni pensarlo. Empezó a sentirse mareado. Dijo que las zanahorias estaban abajo y a la izquierda, en forma de foto fija algo más pequeña que el tamaño natural; era una escena oscura y fría. Su representación auditiva fue: «Esto es repugnante. No quiero comerlo. No me gusta». Las representaciones cenestésicas y gustativas correspondían a un sabor a cosa pasada (lo que ocurre con las zanahorias cuando se hierven demasiado), a plato más bien tibio, a sabor empalagoso, a guiso recalentado. Le dije que comiera un poco mentalmente. Entonces puso una verdadera cara de enfermo y dijo que no podía. Le pregunté: «Si pudieras, ¿qué sentirías al paladearlas?». Contestó que sentiría ganas de vomitar.

Habiendo precisado así las diferencias entre cómo se representaba ei pollo frito a lo Kentucky y las zanahorias, le pregunté si estaba dispuesto a intercambiar sensaciones entre lo uno y lo otro, a fin de fomentar su régimen con vistas a la obtención de resultados salutíferos. Dijo que sí, en el tono más pesimista que se pueda imaginar. Así que le obligué a permutar todas las submodalidades. Le hice regresar a su imagen del pollo frito y la pasamos abajo y a la izquierda. Una mueca de contrariedad se reflejó inmediatamente en su rostro. Luego hice que disminuyera el tamaño de la imagen y le quitara luz, que la convirtiese en una foto fija y que se dijera a sí mismo: «Esto es repugnante. No quiero comerlo. No me gusta», en el mismo tono de voz que había empleado antes para las zanahorias. Hice que levantase mentalmente un trozo de pollo, que viera que no era más que un trozo de carne muerta, que probase su sabor grasiento, tibio y excesivamente recocido. Empezó a poner otra vez cara de enfermo. Le dije que se comiera un trozo y, ¡en efecto!, contestó que no. ¿Por qué? Porque ahora el pollo enviaba a su cerebro las mismas señales que antes la zanahoria, de manera que le inspiraba idéntica repugnancia. Por último hice que tomara mentalmente un bocado, y dijo:

Luego tomamos su representación de las zanahorias e iniciamos el proceso contrario. Le pedí que pasase arriba y a la derecha una imagen a tamaño natural de las zanahorias, luminosa, colorida, en una escena con luz y movimiento, y que se dijera: «Mmmm, ¡qué buenas están!» mientras las comía, apreciando su sabor delicado y crujiente. A partir de ahí le gustaron las zanahorias. Aquella noche salimos a cenar y pidió zanahorias por primera vez en su vida de adulto. Y no sólo le gustaron, sino que para llegar hasta ellas tuvimos que pasar por delante de uno de los establecimientos del coronel (un Kentucky Fried Chicken). Desde entonces su preferencia dietética se ha mantenido invariable.