Thursday, December 15, 2005

EL JUEGO EN LA TERAPIA FAMILIAR SISTEMICA CON NIÑOS


Dr. Juan Carlos Lengua Sánchez[1]




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La terapia familiar sistémica con niños tiene características propias, si bien es cierto la fuente principal es el modelo relacional, en el presente artículo se revisa brevemente conceptos que ayudan a entender el rol del niño dentro de la dinámica relacional de la familia y también dentro del proceso terapéutico.

Así se hace referencia al “entonamiento de los afectos” de Stern, a la triangulación, a los juegos relacionales en que el niño se ve implicado, a la comunicación analógica como canal a través del cual se realiza el proceso terapéutico y la función del síntoma del niño dentro del sistema familiar.



Palabras claves: Juego, Terapia con niños, Terapia familiar con niños.

Child Systemic Therapy has its own characteristics, even though it is based on the relational model. This is a review of concepts related to the child role playing in the family dynamics and the therapeutic process.

We refer to Stern’s concept of “affective tuning”, triangulation, relational playing, analogical communication as a medium for therapeutic process, and the development of child symptoms in the family system.

Key words: Child therapy, Family therapy in Child.

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Si algo caracteriza al juego de los niños es la creatividad, el sentimiento y el compromiso. Es impresionante verlos implicados completamente en una actividad tan creadora como vivencial. Es por ello que el esfuerzo realizado en la Terapia Familiar Sistémica para incluir al niño en las sesiones, la ha enriquecido.

Sin embargo para poder entender el rol, la vivencia y la influencia del niño en la interacción familiar es importante tener en cuenta una serie de principios que a continuación se precisan.

“El eslabón de plata, el lazo de seda que corazón a corazón, y mente a mente en cuerpo y alma unir pueden”

Sir Walter Scott.

Quizás el más impresionante, incluso para los padres mismos, es el siguiente: Nadie mejor que el niño sabe lo que siente Papá y Mamá.

En innumerables ocasiones en el trabajo terapéutico con las familias, el niño nos sorprende expresándonos en que ya sabía -a pesar de los esfuerzos de los padres para ocultárselo- que la madre estaba triste, ansiosa, que los padres ya han pensado en la separación, que es mejor no preguntar sobre ciertos temas familiares porque eso causaría dolor en uno de los padres, etc.

Stern (1991) menciona un fenómeno de intercambio ínter subjetivo entre el niño y la madre, producto de un proceso de compartir estados afectivos que denominó “Entonamiento de los afectos”. Para ello, según el autor, es necesario que se produzcan varios procesos que resumiremos de la siguiente forma:

Primero, el progenitor tiene que poder leer el estado afectivo del infante en su conducta

abierta.

Segundo, el progenitor debe poner en ejecución alguna conducta que no sea una imitación estricta, pero que sin embargo corresponda de algún modo a la conducta abierta del bebé.

Tercero, el infante debe poder leer esa respuesta parental correspondiente como teniendo que ver con su propia experiencia emocional original y no como mera imitación.

Solo en presencia de estas tres condiciones los estados emocionales de una persona pueden ser conocidos por otra y podrán sentir ambas, sin usar el lenguaje, qué se ha producido la transacción.

Es en virtud de dicho fenómeno que los padres, sin desearlo muchas veces, comparten sus más profundos sentimientos (tristeza, cólera, frustración, alegría, etc) con sus hijos .

Además, por ser el niño el menos diferenciado de la familia (masa indiferenciada del yo familiar, Bowen, 1991) frecuentemente puede verse implicado afectivamente en los conflictos que acontecen en la familia.

Por ello, por ejemplo durante la sesión familiar, la conducta del niño puede ser vista como la de un “barómetro afectivo familiar” que nos señala cuando nuestra intervención ha tocado un área sensible en la familia, no solo en la dimensión relacional sino también en el nivel más profundo del alma de uno o varios miembros de la familia.

Otro aspecto importante a señalar es el mencionado por Jalenques y Lachal (1992), quienes refieren que el sufrimiento del niño ansioso (válido también para otras penurias, como la tristeza, por ejemplo) se expresaría no solo a través de su comportamiento, sino también en la relación con sus padres. Ellos describieron tres tipos de conducta que permiten objetivarlo mejor: la inhibición, la conducta de evitación y la dependencia ansiosa.

En esta relación con el niño, los padres participan con toda su dimensión psíquica, con sus “maletas” al decir de Tilmans (1980), esta incluye: su historia personal (infancia, experiencias anteriores, relación con sus propios padres, etc), expectativas personales conflictos, mitos (individuales, familiares, sociales), entre otros. Por ello, los padres podrían reactualizar en la relación con sus hijos sus propios conflictos no resueltos, sea con ellos mismos o con sus propios padres (Richter,1972).

Aquí para ilustrarlo mejor quiero traer a la memoria el caso de Lucia, niña de 9 años a quien atendí en el Dpto. de Salud Mental del niño, adolescente y la familia del Hospital “Hermilio Valdizán”, por bajo rendimiento escolar. Durante la entrevista la madre nos expresó el “drama” que significaba para ella, ayudar a la niña en sus tareas escolares y nos conmovió más cuando nos confesó entre cólera y dolor: “mire usted, esta niña es tan testaruda que de verdad quisiera matarla”. En estos momentos nos precisa que esta sensación la tenía desde hace varios años, que estas “sesiones” duraban ¡hasta cuatro horas seguidas¡ en que los gritos e insultos de la madre eran seguidos del silencio de la niña, páginas en blanco de sus tareas, maltrato físico a la niña y al final la madre estallaba en llanto.

Con la hipótesis de que todo lo que acontecía en esta relación no provenía solo de la niña, sino que también había una tercera persona implicada, preguntamos ¿de quién había heredado esa terquedad, la niña?; “del padre... incluso siempre me hace recordar a él” respondió la madre. Después nos relató cómo inició su drama: a los 17 años de edad conoció a un hombre de 30 años quién con promesas -y un amplio prontuario policial acuestas- logró seducirla e implicarla en una relación que le costó a ella el rompimiento con su propia familia. Es así como a sus 17 años ella se encontró con un embarazo no deseado y sola, dado que el hombre estaba más ocupado en sus conflictos con la policía, “la vida se volvió dura y cruel... y todo por ese hombre”, finalizó diciendo la madre entre lágrimas, cólera y amargura.

Ante esta historia comprendimos mejor, que en realidad la madre a través de la relación con la niña, reactualizaba la cólera que sentía hacia el padre de la niña y además “arreglaba sus cuentas pendientes a través de la niña”.

Con estas consideraciones, quizá la idea mas uniformemente aceptada en terapia familiar sea que los problemas de un niño suelen estar ligados a algún conflicto entre miembros adultos de su familia; con frecuencia vemos que el niño forma parte de una interacción triangular en la que el estrés entre adultos se desvía o se expresa a través de los problemas del niño.

En este sentido varios tipos de sistemas triádicos son posibles. Así, Haley (1977) menciona el triangulo perverso, en donde uno de los adultos, en conflicto encubierto, trata sutilmente de obtener el apoyo del niño para enfrentar al otro adulto. También puede ocurrir que una pareja use a su hijo para que le ayude a “negar” (o desviar) su conflicto, Minuchin denomina “desviadora” a este tipo de tríada.

En otras situaciones el niño se sacrifica a fin de evitar la desintegración del matrimonio de sus padres, este rol del “niño abnegado” (Wachtel, 1997), es más bien activo, “perturbador” por “amor” a la familia y por lealtad hacia los padres.

Otra situación que se da es la PARENTIFICACIÓN, para I.Boszormenyi-Nagy (1983), es un inversión de los roles padres-hijos, temporal o continua y le sigue a una distorsión en la relación entre ambos padres, en la cual uno de ellos pone al hijo en posición de padre o de sustituto conyugal. Un niño así puede devenir en padre o madre de sus propios padres.

La parentificación puede ser un proceso normal de


transmisión de los roles parentales y de regulación de las tensiones transgeneracionales y es necesaria para el crecimiento emocional del niño, permitiéndole identificarse a roles futuros de responsabilidad, siempre y cuando sea transitoria y no comprenda el rol de sustituto conyugal. Cuando se torna en un modo habitual y prevalente de relación, la parentificación deviene en un proceso patológico y la explotación del niño por sus padres puede entonces conducir a perturbaciones psicopatológicas que impedirán la maduración adecuada del niño.

Otro concepto importante es que el niño puede ser inducido a actuar aspectos no reconocidos del Self de un progenitor, como receptáculo de proyecciones (Ackerman, 1966), o desempeñar el rol de familiares con quienes éste tiene asuntos pendientes.

Es también necesario señalar que el niño puede formar parte de una trama de patrones de interacción de efectos devastadores para el niño mismo, como en aquellos Juegos relacionales que comprenden el maltrato, donde puede jugar roles como el de “chivo expiatorio”, “de abogado defensor” (con sus riesgos), “el patito feo” o de “canal” en que el mensaje es dirigido a la abuela o al otro padre.

Stefano Cirillo (1989) señala que en el proceso de este juego relacional se puede distinguir cuatro etapas:

Primera etapa: donde se desarrolla un conflicto conyugal explicito.

Segunda etapa: donde a medida que perdura el conflicto, los hijos son empujados a entrar en el “campo de batalla” y a ponerse de parte de uno de los padres.

Tercera etapa: en la cual se aprecia la coalición activa del hijo, en donde el niño que se ha inclinado hacia uno de los padres, comienza a dirigir su propia hostilidad hacia el otro padre.

Cuarta etapa: en la que se aprecia la instrumentalización de las respuestas del niño, en esta etapa el juego familiar se vuelve más complejo ya que el niño asume, a su vez, la posición de instigador activo del maltrato.

Al final el niño con su conducta, “protege” a la “madre víctima” del “padre agresor”, aún también a ambos padres, puesto que al ponerse en medio de ellos intenta desesperadamente y muchas veces vanamente de distanciarlos para que “no terminen matándose”.

La comunicación analógica y el espacio intermedio en la terapia sistémica con niños
Habiendo planteado estos conceptos, precisaremos a continuación el estilo de comunicación empleado preferentemente en el trabajo terapéutico con niños y sus familias. Cabe señalar que el niño cuanto más pequeño, más privilegia la comunicación de tipo analógica (o no verbal), es decir aquella de los gestos, el tono de la voz, de la expresión corporal, de la ubicación de los cuerpos en el espacio, etc.; tan rica en símbolos y significados, y que señala preferentemente la relación, en la cual la conducta o el síntoma es su más refinada expresión.

El niño a partir de los 12 años, con la finalización del período de las operaciones concretas (Piaget), se encontrará desarrollado cognitivamente en un nivel muy próximo al del adulto con toda su lógica y su gramática. Por lo tanto el niño puede expresarnos muchas cosas analógicamante, por ejemplo, el silencio del niño en la entrevista con la familia puede decirnos muchas cosas. Así, puede significar:

Que es peligroso hablar.
Que no tiene el permiso para hablar.
§ Que alguien significativo de la familia podría sufrir si comenzara a hablar (hacer preguntas).

Como ilustración podría mencionar el caso de Miguel, un niño de 7 años que fue llevado a la consulta por presentar “largos períodos de silencio” -según uno de los padres- y tartamudez. Durante la entrevista con la familia el niño se mantuvo en silencio. Por lo que siguiendo un viejo consejo de mi Formadora en Terapia Familiar de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), Edith Tilmans; le pedí al niño que dibujara a su familia bajo la forma de animales; a la mitad de la sesión nos lo entregó. En el papel había dibujado: un enorme dinosaurio de grandes dientes, un tigre también grande y con afilados colmillos, a cierta distancia una paloma blanca en vuelo y en medio de las dos fieras un perro pequeño.

Al mostrar el dibujo a la familia, el padre (un taxista de 40 años) se incomodó profundamente, la madre (una profesora de educación primaria de 38 años) miró al padre con aire de enojó, la hija de 12 años se sonrió y Miguel tímidamente se ubicó detrás de su hermana.

Muchas preguntas surgieron de este dibujo, sin embargo la que más atrajo nuestra atención fue lo que pude expresar en esta pregunta: ¿Es que en medio de estos dos “monstruos” (el dinosaurio y el tigre) el pequeño perro tendrá la libertad de ladrar o tener la alternativa de volar como la paloma?.

Esta pregunta nos daba una idea amplia sobre el contexto familiar en el cual el niño se encontraba. Posteriormente la madre nos confesó de las violentas discusiones que ya desde hacía dos años sostenía con el padre de Miguel, en las cuales habían llegado a episodios de agresividad física mutua, durante las cuales la hermana optaba por ir a la casa de una amiguita vecina y Miguel quedaba “paralizado” en silencio en un rincón de la sala. Indudablemente muchas otras observaciones podrían hacerse del dibujo hecho por Miguel.

Aquí podemos señalar que la comunicación analógica va de la mano con la noción de Espacio Potencial de Winnicott, es decir aquel espacio intermedio entre el mundo externo y el interno del niño, en el cual aplica toda su creatividad para la elaboración de todos sus conflictos y poder resolverlos lo más adecuadamente posible e integrarse a su entorno.

La terapia es también un espacio intermedio en el cual tanto el niño como la familia apelan a toda su creatividad para llegar a un equilibrio más saludable para el sistema. Para ello se pueden emplear distintos instrumentos como el dibujo, el juego, los títeres o la prescripción de tareas que busquen proporcionar al niño y su familia de vivencias nuevas y más saludables. Así por ejemplo, un recurso al cual frecuentemente recurro en el trabajo terapéutico para propiciar a que un padre o una madre elabore su relación con su hijo o para explorarla, es la indicación de que la madre organice “lecciones” de juego de Ludo dos a tres veces por semana, de 20 minutos de duración por vez y en un horario fijo.

No es necesario que conozcan el propósito de la tarea, es más no debe explicitárselos. Las fuerzas que propician los cambios más importantes deben ir mas allá de la razón, del hemisferio cerebral izquierdo, deben tocar la esencia mas profunda del ser, del hemisferio derecho, al decir de Watzlawick (1980) al nivel del lenguaje analógico.

Así una madre luego de realizar esta prescripción durante tres semanas, nos compartió que era la primera vez que jugaba, puesto que de niña tuvo una madre tan estricta que permanentemente le exigía dar su tiempo a los estudios; “así llegué a ser una contadora joven, pero sin saber jugar”, nos confeso la madre. Esta vez si lo aprendió, pero a través de una relación gratificante con su hija .De esta manera poco a poco pudo descubrir que el ayudar a su hija en las tareas (que antes era “un infierno”) podía ser tan gratificante “como un juego”.



LOS NIÑOS EN LA TERAPIA FAMILIAR.

Si bien muchos terapeutas presentan problemas para incluir a los niños dentro de las sesiones con la familia, es importante recalcar, al decir de E. Tilmans (1981), que un niño puede ser un coterapeuta muy útil; así por ejemplo, es el mejor indicador de la situación afectiva de la familia y puede ser la puerta de entrada al sistema familiar, con la condición que el terapeuta sea capaz de utilizar el movimiento y la acción en términos interacciónales a fin de crear un terreno de reencuentro entre adultos y niños. Así el juego y el dibujo, por ejemplo, pueden ser medios eficaces para recolectar información del sistema familiar, recordando siempre que todo ello se hace otorgando una importancia particular a la comunicación analógica o no verbal.

El juego también puede servir para reestructurar el sistema familiar, en función de su significación metafórica y en tanto que parte de una prescripción o de una estrategia más amplia que tenga por objetivo provocar un cambio en las reglas del sistema familiar. Por su gran simplicidad y temporalidad puede ser utilizado en operaciones de reestructuración, si el terapeuta utiliza ciertas reglas disfuncionales y las adopta como reglas de un juego, entonces puede ir más allá de una simple actividad lúdica.

Los juegos pueden revelar la naturaleza paradojal de los mensajes, en los cuales los niveles digital y analógico están en contradicción. Los juegos revelan también el nudo de un problema, sin empujar a los participantes hacia una escalada fútil y exasperante porque “no es más que un juego y no hay razón de tomarlo muy en serio”.

Otro aspecto importante es, como lo señalaba Cloé Madanes(1984), “la conducta con que el niño protege a sus padres es función del sistema de interacción familiar”. Al final el niño está implicado en un “juego relacional” que busca proporcionar al sistema un equilibrio en que su sacrificio es la piedra angular; por ello uno de los objetivos primordiales del terapeuta es el de descubrir quienes más están implicados en este “juego relacional” en el que hay reglas implícitas que lo determinan, como por ejemplo, el que está prohibido terminar o abandonar este juego; en tal sentido instrumentos como la “escultura familiar” suelen ser útiles.

El terapeuta puede planear una estrategia para intentar resolverlo, en ella debe considerar:

Que el sistema expresa analógica o metafóricamente un problema y que a su vez es una solución .
El terapeuta comienza por determinar quién es el foco de la preocupación del niño, a quién protege éste y de que manera lo hace.
No es determinante que la familia cobre conciencia de la manera en que se produce la comunicación .
La terapia se planea en etapas.
Cada familia necesita un abordaje propio y específico.
Al final el terapeuta deberá desplegar toda su creatividad para resolver el problema, la misma que emplea el niño cuando juega, la misma que pude descubrir en los ojos de mi hija cuando jugaba.



BIBLIOGRAFÍA.



Andolfi M. (1979). La Therapie avec la famille. Paris. Editorial ESF.

Bowen M. (1991). De la familia al Individuo. Barcelona. Editorial Paidos.

Boszormenyi-Nagy Ivan. (1983). Lealtades invisibles. Buenos Aires. Editorial Amorrortu.

Cirillo Stefano (1991). Niños maltratados. Barcelona. Editorial Paidós.

Jalenques I. (1992). Les états anxieux de l’enfant. Paris. Editorial Masson.

Stern Daniel (1991). El mundo interpersonal del infante. Buenos Aires. EditorialPaidós.

Madanes C. (1984). Terapia familiar estratégica. Buenos Aires. Editorial Amorrortu.

Miermont J. (1987). Dictionnaire des Thérapies familiales. Paris. Editorial Payot.

Tilmans E. (1981). La creation de l’espace thérapeutique lors de l’analyse de la demande. Therapie Familiale. Geneve. Vol. 8-N° 3, p229-246.

Tilmans E. (1980) La terapia familiar y su aproximación especifica en el caso de niños pequeños. Lyón, 4° Jornadas de Terapia Familiar.

Wachtel E. (1997). La clínica del niño con problemas y su familia. Buenos Aires. Editorial Amorrortu

Watzlawick P. (1972). Une logique de la communication. Paris. Éditions du seuil.

Watzlawick P. (1980). Le langage du changement. Paris. Éditions du seuil.

Winnicott D.W. (1975). Jeu et réalité, l’espace potentiel. Paris. Éditions Gallimard.



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[1]Médico –Psiquiatra Infantil, Jefe del Departamento de Salud Mental del Niño, del Adolescente y de la Familia del Hospital “Hermilio Valdizán”.

"El aprendizaje permanece como un rumor si no se mete en el músculo."

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