Friday, September 16, 2011


En España hacen falta emprendedores

Solo hay que ver la manera que tienen de enseñar en la escuela-colegio-universidad. Crean loros que toman apuntes y luegos los copian en un examen. Donde esta el espiritu de colaboracion? de buscar la informacion, de crear conceptos nuevos. Donde te enseñan que para triunfar hay que equivocarse?, que para hacer las cosas bien, hay que errar y errar. En Estados Unidos, cuando leen tu curriculum, se fijan en las empresas que has creado y por que se han ido a la mierda, y que has aprendido de tu experiencia. No vale de nada un tio que sale de la universidad y esta verde como una manzana.
La experiencia, para todo, es una ventaja enorme sobre los demas. Y la experiencia solo se adquiere metiendote en embolaos, cagandola y perdiendo dinero, tiempo y esfuerzo. No hay otra manera de aprender. Ya te pueden aconsejar, que no hay nada como mojarte en un pozo, para saber que el agua estaba muy fria.
España esta amenazada con irse a tomar por culo por culpa de los que tienen la pasta y los que nos gobiernan. Y es una cosa seria porque esto puede acabar en un caos absoluto. No me quiero imaginar la que puede caer, pero parte de culpa la tiene el que en este pais no haya emprendedores. Han capado la creatividad y la innovacion con la promesa de un trabajo que te de al mes un buen sueldo con dos pagas, y 30 dias de vacaciones al año. No meterse a crear tu propio negocio crea las tipicas frases de: “gano bien, para que voy a complicarme la vida?” o “los empresarios son unos explotadores y unos ladrones”, o “yo salgo a las 6 de la tarde, y tengo todo el dia para mi”. Mec! Error!.
Hablo desde la perspectiva de un empresario que soy, y si, cuando empecé no ganaba una mierda, y pasé años gastando todo lo que ganaba. Y tambien me tiré muchos dias 16 horas delante de un ordenador. Fiestas? las utilizaba para adelantar trabajo. Vacaciones? mi filosofia era trabajar y descansar en el dia, asi que, a dia de hoy, no concibo un viaje o unas vacaciones sin un ordenador. Hay pocos que piensan como yo, lo se, pero esos pocos, son los que cuando iban a la escuela, la clase se reia de ellos y los llamaban frikis. No pasaban por el aro, tenian otros proyectos de vida.
Los padres, nos quieren mucho, pero no hay que hacerles caso. Su modelo de vida caducó cuando dejaron la universidad. Eran otros tiempos, habia menos gente y todo iba mucho mas despacio. No pueden aconsejarte porque lo que han conseguido en la vida es una estabilidad y un estado acomodaticio que no sirve para nada para un joven de 20 años que se quiere comer el mundo. Los estudios? no nos volvamos locos, es un negocio como otro cualquiera, revestido de pedanteria, mucha tonteria y bastante insolencia. Lo mejor es salir de ahi y probar cosas. Ademas, hoy por hoy, una universidad no te garantiza un puesto de trabajo para toda la vida, que es lo que las madres insisten dia y noche en que si, amargando la vida de mas de uno/a.
Mi consejo es que si quereis ganar mas dinero que un sueldo, si quereis realizaros como personas en esta vida tan corta, monteis vuestro propio negocio. De lo que sea, de lo que os haga realmente feliz. Por favor, no estudieis/trabajeis en lo que quiere vuestro padre. Sereis unos infelices. Buscad algo que os motive y hacedlo. Paciencia y supervivencia. Cualquier sueño es posible. Animo! Dale a la teclita y adelante!

Educación: esfuerzos para mejorar la cárcel

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JUAN GUILLERMO TEJEDA
Artista visual. Académico de la Universidad de Chile.
La verdad es que si yo hubiera salido a marchar por la educación cuando estaba en el colegio, hace ya muchos años, hubiera exigido no que lo mejoraran, sino que lo cerraran. Mi colegio, de curas y con lucro, me pareció siempre un recinto carcelario a cargo de personajes depresivos e ineptos. Su desaparición me hubiera devuelto la libertad.
En casa, mi padre se quedaba repasando los artículos que escribía a máquina para llevarlos a mediodía a la redacción de los diarios. Su muy personal ambiente creativo producía un desparramo de libros abiertos en el suelo y las mesas, revistas con marcas, música de jazz o de Bach, humo de cigarrillo y todo aquello que pudiera ayudar a la libertad de espíritu, a desplegar el ímpetu creativo. Sólo observando lo que hacía y gracias también a sus gestos, a sus miradas, aprendí con él muchísimo más que en el colegio, aprendí a entender la cultura como una conversación y no como un deber, también supe ganarme la vida más tarde con aquello, además de quedar de paso premunido de algunos valores que me parecen relevantes: la tolerancia, el sentido del humor, el amor por la libertad, la confianza en nuestra propia humanidad individual.
Nunca entendí por qué razones me obligaban a levantarme a unas horas absurdas, tiritando de frío y atemorizado, para dejar la tibieza del hogar e ir a dar a aquel cuartel que estaba considerado un gran colegio, pero que era asqueroso. No se puede mejorar una cárcel. No es posible optimizar un sistema que en lugar de hacernos conversar con las mentes más interesantes de todos los tiempos, cada cual a su manera y a su gusto, se empecinaba en exigirnos resúmenes, sumas, quebrados, memorizaciones botánicas y otras estupideces, a punta de amenazas y castigos.
Lo que sí es cierto es que en el sistema educativo nacional hay cárceles más pirulas y cárceles menos, y que se trata de una encarcelación muy segmentada por clase social, por barrio, por el azul o marrón de los ojos, incluso por la inteligencia o capacidad de sometimiento, sin que los niños tengan responsabilidad alguna en esos afanes por discriminar que dan asco. En todos los casos, sin embargo, se les enseña a los estudiantes no lo que quieren aprender, sino lo que unos burócratas de la pedagogía creen que debe enseñarse, con horario impuesto, en recintos numerados y por materia etiquetada.
Creo que la lección real del colegio era: niño, eso que tú crees que es tuyo, tu tiempo, nos pertenece. Y ese cuerpo que quizá imaginas que es también tuyo, nada, es del colegio, así es que uniforme completo, pelo corto, sin moverse cada uno en su pupitre, clase de gimnasia y los viernes de rodillas en la iglesia. Y nada de pensamientos aviesos, que tu mente también es cosa nostra. Una sistemática violación de los derechos humanos en nombre de una cultura despreciable de cuaderno y libros de textos. Lo intuía yo claramente comparando aquella basura con la cultura tolerante y entusiasta de mi papá.
Pero nuestros jóvenes de hoy están decididos a mejorar la educación. No sé si se pueda mejorar algo tan dañino, y es cuestión de ver, lo primero que se hace en un colegio es instalar la reja del perímetro y el control de entradas y salidas. ¿Por qué no dejar que cada cual entre o salga libremente? Lo que más vale son las notas, una especie de dinero negro del conocimiento que en verdad nada tiene que ver con su sustancia. Cuando aprendemos algo que nos sirve estamos naturalmente contentos, y no necesitamos premios adicionales y menos castigos. ¿Para qué? Aprendemos porque lo necesitamos, no para ser evaluados.
Suponemos quizá que los niños están mejor en el colegio, más seguros, pero hay ahora muchos colegios que llevan meses sin clases y no se perciben mayores daños en nadie. Yo creo que los padres ponen allí a los niños sus padres para huir de la casa y sumergirse también ellos en sus prisiones ansiosas, y hacer dinero para pagar ansiosamente muchas cosas que no necesitan. Transfieren a los colegios la función de educar, creyendo que la educación es una mercancía, un servicio que se puede externalizar a cambio de una suma mensual.
Lo que sí es cierto es que en el sistema educativo nacional hay cárceles más pirulas y cárceles menos, y que se trata de una encarcelación muy segmentada por clase social, por barrio, por el azul o marrón de los ojos, incluso por la inteligencia o capacidad de sometimiento, sin que los niños tengan responsabilidad alguna en esos afanes por discriminar que dan asco. En todos los casos, sin embargo, se les enseña a los estudiantes no lo que quieren aprender, sino lo que unos burócratas de la pedagogía creen que debe enseñarse, con horario impuesto, en recintos numerados y por materia etiquetada.
Da lo mismo tanto esfuerzo, porque finalmente a uno se le queda dentro bien poco de todo aquello, y menos peso aún tiene esa materia existiendo Google, que allí está todo sin tener que ponerse un uniforme y escuchar sentado a un compadre no muy convencido explicando algo de manera autoritaria.
Los niños son curiosos y aprenden por sí solos, como los adultos. Somos buenos para aprender, los humanos. Y los colegios son una prótesis medio ridícula donde se propagan los peores vicios de nuestra sociedad clasista y paranoica. En unas décadas o siglos más, si el planeta sigue un poco donde está, contemplarán nuestros sucesores con una sonrisa burlona nuestros afanes por mejorar la educación. La educación es algo constitutivo de nuestro ser, una fuerza dinámica, no un edificio, ni una marca, ni un programa, ni una libreta de notas, ni un título o un postítulo.
Comparada con los colegios, la universidad siempre me pareció un espacio de libertad. Finalmente uno puede elegir en ellas qué estudiar, aunque no siempre, porque hay padres que insisten en imponer sus propios gustos a los hijos, chantajeándolos. Lo cierto es que cada cual debe hacerse cargo de su propia vida, y lo que el padre estudió o no estudió es su asunto, no el de sus hijos.
No sé por qué en Chile no ir a la universidad es en muchas familias una especie de drama: no quedó!… no le dio el puntaje! Madres sollozando, padres encolerizados, o al revés. Es mejor, como decían los fundadores de Summerhill, ser un carpintero feliz que un Primer Ministro neurótico. Pero en Chile, aunque no tengamos Primeros Ministros, estamos apostando fuerte por la neurosis. La mera pregunta “qué vas a estudiar” cuando sale alguien del colegio es ya un poco pasadora a llevar. Esa persona ya estudió, y sabrá cada cual si quiere o seguir sentado en un banco repasando hojas de libros. La pregunta respetuosa, si hay interés, es preguntarle al joven o a la joven a qué piensa dedicarse.
Existen muchas universidades, sin embargo, que se esmeran en ser como colegios aunque no haya que llevar uniforme y se permita fumar a los estudiantes en los recreos. Son estrictas, con mucha cosa obligatoria, tareas, retos, apuntes, notas, promedios, indicadores, toda esa parafernalia que nada tiene que ver con el conocimiento auténtico.
En eso las universidades públicas son más evolucionadas, hay menos marcación personal y al mismo tiempo más libertad y mayor formación en las propias responsabilidades. El proyecto humanista consiste en entregar a los jóvenes un espacio abierto y con recursos, donde pueda cada cual organizar su crecimiento y su maduración según sus propios intereses y motivaciones.
Con estas movilizaciones estudiantiles tan bonitas en cuanto a la meta que se han propuesto, nos ha aparecido a veces a la vista la parte más oscura de las universidades públicas, especialmente con las “tomas”, que significan interrumpir no sólo la programación prevista, sino además la libre circulación de las personas. Los organizadores de las “tomas” instalan lienzos, candados, controles de entrada, también puede que un pequeño club de encapuchados, y programan actividades tipo campamentos juveniles de los antiguos países comunistas, todos opinando más o menos lo mismo, marchando, en pos de unos ideales, y muy enojados, no se vaya uno a oponer en una asamblea a lo que están tratando de hacer. Siendo emocionante, no hay en aquel tipo de organización libertad para pensar, para opinar o para entrar y salir. Uno no entiende cómo en una universidad pública, que se define identitariamente por su pluralismo, por su no discriminación, se permite que grupos de personas se apropien físicamente de los lugares, discriminen, segreguen, etc.
A mucha gente le gustan mucho las “tomas”, sin embargo. Tal como son muy populares los colegios con sus rejas perimetrales y sus uniformes. De la misma manera como se pretende manipular a los jóvenes para que estudien, digamos, derecho y no por ejemplo gastronomía. O como se afanan algunas universidades privadas en atrincar bien a sus pupilos.
Son manifestaciones, todas ellas, del gusto de mucha gente por la esclavitud. De la desconfianza en la naturaleza curiosa y creativa de las personas. Una moralina pesimista, revestida de ideas de derecha o convicciones de izquierda, da lo mismo, porque su norte es combatir la libertad.
La libertad nos da miedo porque significa hacernos cargo de nosotros mismos. Se trata, siendo libres, de pensar, de decidir, y de defender lo que uno ha pensado y decidido, porque de otro modo no se siente uno bien consigo mismo. Se trata de confiar en nuestros sentimientos profundos, en esa voz que nos dice qué es lo recto y lo no recto. Ser honestos nos obliga a cierta modestia, a hacernos cargo de nuestra realidad personal e intransferible, de nuestros deseos.
Pese al miedo que da y al esfuerzo que comporta, es mucho más bonita y plena una existencia libremente escogida que una vida esclava. En rigor, sólo una existencia en libertad, respetando por cierto a los demás, merece llamarse humana.
Quienes venden esclavitud (en cualquiera de sus modalidades educacionales o ideológicas) a menudo se la sacan argumentando que es “por ahora”, que es preciso sacrificarse ahora para ser libres más tarde. Mi experiencia me dice que quien practica la esclavitud en las cosas pequeñas la defiende también al final en las grandes cosas. Que cuando uno entrega tontamente un trocito pequeño de su propia libertad y de su propia sensatez, termina por entregarla toda. Lo que está en juego cuando nos esclavizamos o no dejamos que nos esclavicen es nuestra identidad, nuestra diferencia gozosa de habitar cada uno de nosotros en propiedad nuestro propio ser, que se educa cada día, a su pinta, lejos de negociantes, burócratas o comisarios políticos.