Wednesday, November 05, 2008

CATEDRÁTICO DE COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL

Gérard Imbert analiza la capacidad de la televisión de deformar la realidad

ÁNGEL FERNÁNDEZ

MADRID.- Más allá de lo trivial, la televisión es un medio de enorme consistencia simbólica, donde confluyen nuestros fantasmas y que alimenta retroactivamente el imaginario colectivo. Ante el déficit de lo real, la televisión crea su propia realidad, y lo hace transformándola en espectáculo: es el transformismo televisivo, con esa capacidad que tiene el medio de deformar la realidad hasta llegar a lo grotesco.

Esta es la base sobre la que Gérad Imbert, catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, analiza la evolución reciente de la televisión en su obra 'El transformismo televisivo. Postelevisión e imaginarios sociales' (Cátedra. Signo e Imagen).

Imbert sostiene la televisión ha dado un giro importante en las dos últimas décadas. Más allá de su pretensión de informar sobre el mundo y reproducir la realidad se ha transformado en una gran máquina productora de imaginarios.

El libro consta de dos parte: la primera, ‘Los juegos de la realidad’, se centra en la manera cómo la televisión se aleja de su función informativa y didáctica y se hace más lúdica, utilizando la realidad social como pretexto para crear una realidad ‘sui géneris’, a mitad de camino entre la realidad y la ficción y el ejemplo más vívido se escenifica en los formatos de telerrealidad (’Gran Hermano’, ‘Hotel Glam’, ‘Operación Triunfo’...).

En este apartado, también hace referencia a la que denomina «televisión intervencionista», es decir la que no sólo escucha –como en los ‘talk show’– sino que aconseja e incluso media en los conflictos o manda asesores, como en ‘Supernany’, ‘SOS adolescente’ y ‘Ajuste de cuentas’.

El catedrático de Comunicación Audiovisual y autor entre otros libros de 'El zoo visual' (Gedisa), 'La tentación del suicidio' (Tecnos) o 'Culturas de guerra', (Cátedra) advierte de algunos de los peligros que acechan al medio, como es la tendencia a la deformación hasta llegar a lo grotesco, a lo ‘friki’, que se concreta en la ‘marcianización’ de la realidad. En una inflación de las formas narrativas que cristaliza en ‘Crónicas marcianas’. Programa que termina consagrando lo que Imbert califica como ‘cultura del cachondeo’.

La segunda parte, ‘Los juegos con la realidad’ estudia el paso producido por la postelevisión, la televisión que escenifica al sujeto, le da la oportunidad de proyectarse de manera imaginaria en el juego de la televisión, de identificarse con múltiple roles. Con esto se aleja de la realidad y se acerca al modelo de los juegos de rol.

El autor denuncia el imperativo del espectáculo, con la subsiguiente contaminación del modelo informativo, que conduce al ‘infotainment’, la espectacularización de la realidad (en cuatro años los sucesos han tripicado su presencia en los informativos); subraya la vuelta del modelo conversacional (’tal show’, ‘reality show’) y la puesta en espectáculo del habla; alerta de la emergencia de formatos híbridos, que mezclan realidad y ficción, donde lo lúdico difumina los límites entre lo real y lo imaginario; y le preocupa la competencia de nuevas formas de actualidad, con sus peculiares modos informativos y su escenificación de lo íntimo, con el subsiguiente emborronamiento de la frontera entre lo público y lo privado.

Un apartado del libro realmente sugerente es la lectura que Imbert realiza del tratamiento de la muerte en televisión. En ficción, a través de series como ‘CSI’, ‘Génesis’ y ‘A dos metros bajo tierra, y en el plano real, con las defunciones del torero Paquirri, del papa Juan PabloII y de las cantantes folclóricas Rocío Jurado y Rocío Dúrcal.

El libro, aunque no de fácil lectura, resulta sumamente interesante e instructivo para entender la evolución de la televisión y su papel en la construcción de identidades y de los imaginarios colectivos.